viernes, 7 de octubre de 2016

BDSM y ficción, relación difícil

Una de las preguntas que más me hacen las personas que leen "Collar negro..." es si los collares de colores existen en realidad en el mundo de la dominación y la sumisión. Es una duda que surge incluso a aquellas familiarizadas con estas prácticas, e ilustra un problema del que no fui del todo consciente cuando empecé a escribir la novela: lo subjetiva y poco concreta que es la etiqueta BDSM, y la difícil relación que tiene con la ficción.

Para empezar me gustaría aclarar que no utilicé el término BDSM en todo el libro y fue una decisión plenamente consciente. No pretendía ceñirme a ningún protocolo ni que mi novela fuese ejemplo de nada, sino más bien todo lo contrario. Sabiendo lo saturado que estaba el género, me apetecía crear algo diferente, un mundo distópico que respondiese a la pregunta de cómo podría construirse una realidad en la que Amos y sumisos estuviesen integrados en la vida diaria. De ahí que la sinopsis comenzase con las palabras, "En un mundo en el que la dominación y la sumisión están aceptadas como algo cotidiano..." Ese sería mi reino de Oz particular, uno en el que cualquier pudiese ponerse voluntariamente un collar y convertirse en esclavo de otros.

El motivo de mi rechazo a las etiquetas tenía que ver sobre todo con mi forma de ver el BDSM. También, de paso, con evitar un debate que considero estéril. Es muy difícil decir que algo "es" o "no es" cuando en esencia se trata de una práctica íntima, un intercambio privado de poder entre dos personas. Aparte del concepto común de la entrega de uno a otro, que puede aplicarse tanto al bondage como a la dominación y al sadomaso, ¿cómo identificar a un practicante de BDSM?

Si tuviese que definirlo, diría que el BDSM es una relación entre dos adultos, que de manera consensuada definen los roles de poder que adoptará cada uno, y lo hacen siempre teniendo como base el sentido común. El grado de entrega que cada pareja adopte es decisión suya, para algunos será un juego sexual, para otros una forma de vida. Tanto eso como los fetiches y la parafernalia que empleen después son secundarios, en mi opinión. Máscaras, collares, cuero, látigos, cuerdas... nada de eso te da la potestad de considerarte "más BDSM" que otros. Quizá nunca hayas atado o azotado a tu sumiso, ni te hayas vestido de cuero, pero eso no lo hace ni mejor ni peor. Sólo refleja que cada forma de vivirlo es diferente y que todas son válidas.

El problema, imagino, surge del boom editorial que todos conocemos. En estos años las estanterías de las librerías se han llenado de títulos que aprovechan el morbo de la dominación/sumisión y su aura de práctica oscura y minoritaria. Los autores y autoras se han documentado, en algunos casos mejor, en otros peor, pero al final a todos parece que les ha tentado la idea de presentar su visión como el "verdadero BDSM". Paradójicamente, nos han puesto más fácil decir qué NO lo es, porque eso sí que está muy claro. Por mucho que se empeñen, el BDSM no es maltrato físico o psicológico, no es abuso, no es violación, no es una relación entre dos personas con traumas infantiles o ansias de venganza. Lo vendan como lo vendan, lo que la mayoría plasman en sus páginas tiene más que ver con porno maquillado que con las prácticas reales de este mundillo.

Para concluir, y retomando lo que me impulsó a escribir este artículo, diré que mi intención con "Collar negro..." siempre fue separarme de todo eso y dejar atrás fórmulas manidas, protocolos y poses de pretendido experto. Quería alejarme de lo conocido y crear algo nuevo, ya que la literatura nos lo permite. Creo sinceramente que la ficción mejora en calidad cuanto más nos salimos de lo convencional y lo previsible. Puede que haya provocado alguna sorpresa y enarcamiento de ceja por mi forma de tratar estos temas, pero asumí desde el principio que no se puede contentar a todos. Mis objetivos son sencillos: mientras las personas que lo hayan leído se hayan divertido y emocionado tanto como yo, me daré por satisfecho. Si para lograrlo tengo que romper un poco los esquemas, para eso estamos los escritores, ¿no?



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